mardi 6 février 2007

Manifiesto del Comité de vigilance face aux usages publics de l’histoire (Comité de vigilancia frente al uso público de la historia) - 17 de junio de 2005

Nuestra principal función como investigadores y profesores de historia consiste en elaborar y transmitir conocimientos rigurosos sobre el pasado. Dichos conocimientos son el resultado de un análisis crítico de las fuentes disponibles y responden a cuestiones cuya finalidad es ofrecer una mejor comprensión de los fenómenos históricos, no juzgarlos. Sin embargo, los historiadores no viven en una torre de marfil. Desde el siglo XIX, el contexto político y social ha desempeñado un papel esencial en la evolución de sus objetos de estudio. Las luchas obreras, el movimiento feminista y la movilización colectiva contra el racismo, el antisemitismo y la colonización han incitado a algunos de ellos a interesarse por los «excluidos» de la historia oficial, incluso si Francia sigue estando a la zaga en este proceso de cambio.

Existe por lo tanto una estrecha relación entre la investigación histórica y la memoria colectiva, pero esas dos formas de entender el pasado no deben confundirse. Si bien es normal que los actores de la vida pública tengan cierta inclinación a buscar en la historia argumentos que justifiquen sus causas o intereses, nosotros, como profesores e investigadores, no podemos aceptar que el pasado se instrumentalice. Debemos esforzarnos para poner a disposición de todos los conocimientos y cuestionamientos que puedan contribuir a que se alcance una mejor comprensión de la historia. Se trata de alimentar el pensamiento crítico de los ciudadanos y, al mismo tiempo, proporcionarles elementos que les permitan enriquecer su propia opinión política, en lugar de hablar por ellos.

Las actuales problemáticas de la memoria

En el último siglo, han sido numerosos los intentos de poner la historia al servicio de la política. El nacionalismo y el estalinismo mostraron que cuando los historiadores y, además de ellos, el conjunto de los intelectuales, renunciaban a defender la autonomía del pensamiento crítico, las consecuencias para la democracia solamente podían ser desastrosas. En los últimos años, las manipulaciones del pasado se han multiplicado. Los «negacionistas», esos «asesinos de la memoria» (Pierre Vidal Naquet), han tratado de deformar la historia del Holocausto para apoyar las tesis de la extrema derecha. Hoy, la principal problemática afecta a la cuestión colonial. En varios municipios del sur de Francia, han aparecido estelas y placas que ensalzan a activistas de la OAS, personas que sin embargo la justicia ha condenado por sus actividades antirrepublicanas. Recientemente, el gobierno no ha dudado en aprobar una ley que exige a los profesores que insistan en «el papel positivo» de la colonización (ley de 23 de febrero de 2005).
Dicha ley no solo es inquietante porque tras ella subyace una visión conservadora del pasado colonial, sino también porque traduce el profundo desprecio del poder hacia los pueblos colonizados y el trabajo de los historiadores. Dicha ley refleja una tendencia mucho más general. La creciente intervención del poder político y los medios de comunicación en las cuestiones de orden histórico tiende a imponer juicios de valor en detrimento del análisis crítico de los fenómenos. 


Las polémicas sobre la memoria se multiplican y presentan un cariz cada vez más malsano. Algunos no dudan en establecer macabros palmareses con el objetivo de jerarquizar a las víctimas de las atrocidades de la historia, o incluso de enfrentar a las víctimas entre sí. Implicados en la lucha contra las injusticias y las desigualdades de la Francia actual, algunos militantes han llegado a colocarse en el terreno de sus adversarios, al confundir las polémicas sobre el pasado con las luchas sociales de hoy. Presentar a los olvidados de la sociedad capitalista actual como «indígenas de la República» implica razonar sobre el presente con las categorías del pasado, caer en la trampa de aquellos que tienen un interés especial en ocultar los problemas fundamentales de la sociedad francesa reduciéndolos a cuestiones de memoria.

Existen otros muchos ámbitos en los que los historiadores se enfrentan a estas lógicas partidistas. Los cada vez más numerosos «lugares de memoria» que denuncian los «horrores de la guerra» o ensalzan «la cultura de empresa» tienden a imponer una visión consensuada de la historia que oculta los conflictos, la dominación, las revueltas y las resistencias. Los debates de actualidad ignoran los avances de la investigación histórica y suelen contentarse con oponer un «pasado» adornado con todas las virtudes a un presente inquietante y amenazador: «Antiguamente, los inmigrantes respetaban “nuestras” tradiciones porque querían “integrarse”. Hoy en día, nos amenazan y viven encerrados en sus comunidades. Antes, los obreros luchaban por buenas razones, hoy solamente piensan en defender intereses “corporativistas”, animados por intelectuales “populistas” e irresponsables».

Estamos cansados de que se nos requiera constantemente para establecer balances sobre los aspectos «positivos» o «negativos» de la historia. Nos negamos a ser utilizados con vistas a arbitrar las polémicas sobre las «verdaderas» víctimas de las atrocidades del pasado. Esos discursos no tienen en cuenta ni la complejidad de los procesos históricos, ni el auténtico papel desempeñado por sus protagonistas, ni las relaciones de poder de la época. Al final, los ciudadanos que se interesan por problemas que en algunos casos les han afectado directamente (a ellos o a su familia) se ven privados de las herramientas que les permitirían comprenderlos.


La necesidad de una acción colectiva

Si bien es cierto que algunos historiadores llevan mucho tiempo alertando sobre la situación en libros o artículos de prensa, esas reacciones individuales son, hoy en día, insuficientes. La información convertida en espectáculo y la obsesión por los niveles de audiencia empujan constantemente al exceso. Se da prioridad a los provocadores y a los animadores en detrimento de los historiadores que han llevado a cabo investigaciones profundas donde se tiene en cuenta la complejidad de la realidad. Para resistir eficazmente a estas iniciativas, es necesario actuar de forma colectiva. Por eso, invitamos a todos aquellos que se niegan a que la historia sea arrojada a los emprendedores de la memoria a unirse a nuestro Comité de vigilancia. Dos ámbitos de reflexión y de acción nos parecen prioritarios:
1. La enseñanza de la historia. El actual debate sobre la historia colonial refleja un malestar mucho más general sobre la enseñanza de nuestra disciplina, así como el enorme desfase existente entre los avances de la investigación y el contenido de los programas. Habría que empezar analizando cuál es la situación para reducir el abismo entre investigación y enseñanza, reflexionar sobre una elaboración más democrática y transparente de los programas, con el fin de que las diferentes corrientes de la investigación histórica sean tratadas de forma equitativa.
2. La utilización de la historia en el espacio público. Es evidente que nuestra función no es la de gobernar la memoria. No nos consideramos expertos en posesión de la Verdad sobre el pasado. Nuestro objetivo es simplemente conseguir que los conocimientos y los cuestionamientos que producimos estén al alcance de todos. Para ello, es necesario emprender una amplia reflexión sobre el uso público de la historia, así como proponer soluciones que permitan resistir de forma más eficaz frente a las tentativas de instrumentalización del pasado.

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